Queridos amigos,
Este fin de semana celebramos el Día de la Madre. En primer lugar, quisiera desear una feliz fiesta a todas las madres. Algo que me sorprende de esta fiesta es el choque cultural que la acompaña. En mi cultura congoleña, llamamos “maman” a toda mujer por respeto, sea niña o mayor, casada o soltera, con hijos o sin hijos indistintamente. Así que por favor tengan paciencia conmigo. Cuando le deseo un "Feliz Día de la Madre" a toda mujer, es tanto por respeto como en reconocimiento a la dignidad y los sacrificios que las mujeres aceptan al cumplir sus ministerios con un corazón maternal.
En nuestra vida diaria, todos tenemos la tentación de encontrar consuelo en diferentes lugares y alrededor de muchas personas. Estas elecciones pueden llevarnos a algún tipo de paz o incluso a lo peor. Y resulta que lamentamos esas elecciones. Hoy, Cristo nos recuerda dónde están la verdadera paz y consuelo, es decir, en Él y con Él. ¡Porque es amor! Nos invita a permanecer en su amor porque en él y con él no hay engaño.
Cuando Cristo nos invita a permanecer en él, el riesgo sería entenderlo como estar junto a él o como simple compañía. Más bien, Cristo nos llama a una vida de comunión con él. Esta comunión nos lleva a la confesión de San Pablo de que “esta vida presente, ya no soy yo quien vive, sino Cristo viviendo en mí, dentro de mí…” Así, la comunión íntima a la que estamos invitados va más allá de los simples sentimientos; es una llamada al deseo eterno de comunión en el amor. La consecuencia de tal comunión es la experiencia del gozo que fluye del amor que Dios tiene por nosotros y el que debemos mostrarnos unos a otros como prueba de la vida de Cristo en nosotros. Nuestro gozo será completo solo en la medida en que amemos como Cristo nos ama, es decir, para poder dar nuestra propia vida por el bien de los demás.
Pero, ¿qué significa para nosotros dar nuestra vida por el bien de los demás? La experiencia del martirio, que significa dar testimonio, nos llama ante todo a ver a Cristo presente en cada persona que tenemos delante. Una vez que lleguemos a ese nivel de identificar a Cristo con cada persona que veamos, nos esforzaremos por poder actuar hacia ellos de la misma manera que hubiéramos actuado hacia Cristo. Así es como podemos dar frutos que permanecerán, es decir, dejar un impacto positivo o una huella en la vida de quienes se encuentren con nosotros.
Mientras ofrecemos nuestras oraciones por todas las madres, vivas y fallecidas, y agradecemos a Dios por la bendición de Jesucristo que nos fortalece mientras permanecemos en Él, continuemos orando los unos por los otros y por nuestra familia parroquial.
P. Emery