Queridos amigos,
Hay tantas cosas que nos importan y apreciamos en la vida. A veces, cuando nos sentamos y los evaluamos, nos preguntamos si valen nuestros sacrificios. Si bien estas situaciones pueden ser importantes para nosotros, hoy Jesús nos invita a considerar todas y cada una de las cosas por su valor. De todas las cosas nos dice que una es la más importante, esa es la vida eterna o, por decirlo así, el reino de los cielos.
Como discípulos, invitamos a mirar esta invitación desde una doble perspectiva. Por un lado, se trata de nosotros mismos. Todos aspiramos a ir al cielo. Sin embargo, sobrecargamos nuestro deseo del cielo con tantos otros detalles y, a veces, cosas innecesarias que ahogan nuestro deseo y lo marchitan. Hoy, Jesús nos dice que no hay nada que se pueda comparar con el reino de los cielos. Nada puede compararse con la vida eterna que solo él puede darnos. Lo único que podemos hacer y que Él espera de nosotros es la apertura a su llamada de discípulos. Dejémonos todos transformar por el resplandor de su luz en esta eucaristía para responder a la llamada. En segundo lugar, una vez que dejemos que nuestro corazón sea transformado por el poder de su amor y nos centremos en lo más importante, que es el cielo y la vida eterna, tendremos el valor de vender todo lo demás. No retendremos nada para nosotros porque nuestra vida será su vida en nosotros. Transformados por Cristo, emprendemos el camino del discipulado para llegar a los demás y llevarlos a Jesús que nos llama a seguirlo.
De hecho, nada se puede comparar con el amor de Dios revelado a nosotros en Jesús. Por eso los invito a todos hoy a entregar todo lo que nos pueda hacer retroceder y derribar para abrazar el reino que se nos ofrece en la eucaristía: nuestras angustias, enfermedades, incomprensiones, carencias, miedos, preocupaciones y todo lo demás. Porque una vez que tengamos a Cristo con nosotros, nunca más nos faltará nada más. Y sigamos orando unos por otros y por nuestra familia parroquial.
Padre Emery