Queridos amigos,
¡Cristo ha resucitado, aleluya, aleluya!
En este Segundo Domingo de Pascua, celebramos el Domingo de la Divina Misericordia. La misericordia está en el corazón de nuestra salvación. Dios, que nunca se niega a sí mismo, envió a su Hijo para salvarnos por amor y misericordia. El Misterio Pascual es la expresión de la misericordia de Dios para con nosotros los pecadores.
Hoy, las lecturas nos presentan el desafío de la fe en la resurrección de Cristo al contarnos la historia del incrédulo Tomás. Hoy, nuestra duda no es solo abstenernos de creer en su resurrección, sino también de la verdad de su presencia con nosotros en medio de los desafíos de nuestra vida. La verdad sobre la celebración de hoy es que, si Dios ha sacrificado a su Unigénito por nosotros cuando todavía éramos pecadores, ¿cuánto más no estaría viajando con nosotros a través de los desafíos de la vida? Su misericordia es infinita y solo pide fe y confianza de nuestra parte.
Thomas, a quien siempre llamamos el "escéptico" o "que duda", no se quedó simplemente en la duda. Llegó a creer que Cristo es verdaderamente su Señor y Dios resucitado. Esta fe lo llevó a confesarlo, diciendo: "Señor mío y Dios mío". Usted y yo estamos invitados a pasar de la duda a la fe en el poder de Cristo para liberarnos de toda esclavitud, temor y desesperanza.
Hoy, la Iglesia nos brinda la oportunidad de experimentar la misericordia de Dios de una manera especial. Nuestra Novena de la Divina Misericordia llega a su fin. Por la tarde celebraremos el sacramento de la reconciliación mientras buscamos indulgencias plenas por nuestros pecados pasados y presentes. Al regresar hoy a la Iglesia a las 2 pm para celebrar la misericordia de Dios y participar de la celebración de la misa a las 3 pm para cerrar nuestra novena, recibimos de Su Corazón misericordioso la plenitud del perdón por nuestros pecados, pasados y presentes.
La consecuencia de todo esto para nosotros es que una vez más somos restaurados a la plena amistad con el Señor y entre nosotros, como hijos de la familia de Dios. Estas celebraciones de la Pascua nos dan la oportunidad de esforzarnos por ser unánimes en el cumplimiento de nuestra misión de proclamar la verdad de la resurrección y la edificación del reino de Dios. Como Tomás, y especialmente san José, cuya intercesión pedimos para obtener la gracia de la Fe, entregámonos a la verdad de la Resurrección del Señor y luchemos por dar testimonio de la novedad del reino que estamos destinados a construir. Con fe y confianza en Cristo, nuestra duda se eclipsará y la luz de la resurrección brillará en nuestros hogares, lugares de trabajo, escuelas y dondequiera que Cristo nos envíe.
Se te ha mostrado misericordia, ve y haz lo mismo. Y sigamos orando unos por otros y por nuestra familia parroquial.
P. Emery