Queridos amigos,
En este Tercer Domingo de Adviento, nos alegramos en el Señor por la cercanía del nacimiento de Jesús; nuestra salvación está más cerca y nuestro consuelo al alcance de la mano. Nuestro sanador viene a restaurarnos y a sanarnos nuevamente. Él viene a sanar nuestra pobreza, nuestros corazones quebrantados y a liberarnos de toda esclavitud.
Sin embargo, el desafío que tenemos ante nosotros es nuestra ceguera debido a nuestro enfoque en la alegría y el regocijo material y pasajero. Juan nos advierte que hay alguien entre nosotros a quien no reconocemos. Por tanto, estamos invitados a abrir los ojos de nuestra fe para ver al Señor presente entre nosotros y alrededor de nosotros. Esta invitación nos dice que no tenemos que ir muy lejos ni buscar demasiado para verlo. Él está manifiesto y presente para nosotros allí en un hermano o hermana que está a vuestro lado pero a quien ignoráis; está presente en nuestros hijos cuyos padres no pueden permitirle un regalo de Navidad; él está ahí en los pobres y necesitados de quienes apartamos la mirada y descuidamos. Porque viene pobre, indefenso y marginado. El gozo de hoy se experimentará verdaderamente sólo si podemos ver al Señor a través de nuestros ojos de fe y trabajar para transformar el mundo en el reino que él viene a inaugurar.
Puesto que él es la luz que ilumina a todo aquel que lo abraza, nos consuela que la oscuridad de la desesperanza y la desesperación que nos cubre en medio de las pruebas y desafíos de la vida presente será borrada. Ya no hay lugar para la tristeza y el duelo. Él dice: Estoy haciendo todo nuevo, incluido tú. Así que, hermano y hermana, ha llegado el momento de que sonrías y contagies la alegría de la Navidad; y más precisamente, ha llegado el momento de pensar en vuestra propia acción de gratitud hacia Dios por su infinito amor y misericordia.
Esta temporada de Adviento es la oportunidad para que reflexionemos más sobre la relación entre el discipulado y la generosidad. Cuando miremos hacia atrás en nuestra vida, nos daremos cuenta de lo bendecidos que somos y de lo increíblemente bueno que Dios ha sido y es para nosotros. Hoy es el momento de pensar en ello y preguntarnos si su generosidad y apoyo a su Iglesia y su ministerio pueden marcar la diferencia.
Oremos para que la generosidad de Dios hacia nosotros pueda nutrir y fortalecer nuestra gratitud hacia Él a través de un apoyo constante y significativo a su Iglesia, nuestra Iglesia, mientras nos embarcamos en nuestro camino hacia el discipulado. Y sigamos orando unos por otros y por nuestra familia parroquial.
P. Emery