Queridos amigos,
Hoy celebramos el día de la madre. Me gustaría agradecer a todas las madres, hermanas, tías, abuelas, entrenadores y tutores por los sacrificios interminables que aceptan en su misión de criar y cuidar a todos los que están bajo sus responsabilidades. Ustedes son los primeros consejeros que tenemos en este viaje de la vida. Los celebramos y los elevamos a todos en nuestras oraciones.
En la lectura del evangelio de hoy, Jesús insiste en la relación entre el amor y sus mandamientos. Esto parece redundante porque sus mandamientos se resumen en el amor a Dios y el amor al prójimo. Esta insistencia nos recuerda que por nosotros mismos no hay nada que podamos hacer. Solo cuando abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo podemos vivir verdaderamente los mandamientos. La nueva vida que tenemos en Cristo es vida en el Espíritu Santo. Esto significa para nosotros que, como Pablo, debemos tener en mente la verdad de que “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. Y si Cristo vive en mí, me convierto en un vaso que lleva el amor y la misericordia de Cristo al mundo.
El Espíritu Santo que Jesús promete tiene la responsabilidad de enseñarnos todo y darnos discernimiento en nuestra toma de decisiones. Somos fortalecidos por el Espíritu para ser vasos que llevan el amor de Dios en todo lo que decimos y hacemos. Ser guiado por el Espíritu Santo es esforzarse siempre por demostrar una vida de virtud que brota del Espíritu Santo. Cuando Jesús les dice a sus discípulos que conocen el Espíritu, les recuerda que ya están entrenados y podados. Lo que queda es dar fruto.
Tú y yo hemos sido formados, enseñados y alimentados por Cristo en esta celebración eucarística. Cristo se nos ha revelado como verdadero Pan de Vida. Por nuestra parte, estamos invitados a dar los frutos del Espíritu Santo que nos hacen crecer y comprometernos a servir al Señor a través de nuestro servicio mutuo.
Y sigamos orando unos por otros y por nuestra familia parroquial.
¡Feliz día de la madre!
Padre Emery