Queridos amigos,
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Este pasado fin de semana celebramos la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y el nacimiento de la Iglesia. Esta solemnidad nos recordó la expectativa de Dios para nosotros, principalmente que estamos llamados a ir a dar testimonio y hacer discípulos. Él nos dio el Espíritu Santo para que eso sucediera. En otras palabras, la gran comisión que celebramos en la Ascensión tomó forma en Pentecostés con el don del Espíritu Santo. En la fiesta de la Santísima Trinidad, se nos da la verdadera comprensión del tipo de vida que se espera de nosotros una vez que estamos llenos del Espíritu Santo.
En el Credo de Nicea, que retomamos este domingo, profesamos lo siguiente: “Creo en el Espíritu Santo, Señor, dador de vida”. Esta vida es la que Jesús nos dio para ser preservados de toda mancha de pecado y división. Porque el Espíritu Santo es el cemento que fortalece nuestra unidad como familia de Dios. El Señor dijo que el Espíritu Santo nos dará de lo que es Suyo. Esta vida de unidad y unicidad entre las Tres Personas de la Santísima Trinidad se define como AMOR. Y de ese amor dijo Cristo, no hay mayor que dar la propia vida por el bien de los demás. Celebrar la Santísima Trinidad es celebrar la presencia de la vida divina en nosotros.
Hoy nuestro desafío de vivir el amor que se arraiga en la Santísima Trinidad constituye un llamado a revisitar nuestro abrazo a Jesucristo. La pregunta que debemos hacer es: "¿Hasta dónde quiero llegar al extender mis manos para abrazar a aquellos que buscan conocer a Dios y amarlo?" La fiesta de la Santísima Trinidad, la celebración del amor inquebrantable entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es donde el Señor nos espera para demostrar que le pertenecemos. A través del misterio pascual, Jesús nos enseña el verdadero sentido de la solemnidad de hoy: Jesús nos revela la Santísima Trinidad no como doctrina sino como práctica. En sus obras y palabras, y en la acción del Espíritu Santo en el mundo, no vemos otra cosa que el amor de Dios por todos y cada uno de nosotros. Nosotros, como discípulos, constituimos los canales de visibilidad de la comunión y el amor inquebrantable entre las Tres Personas de la Santísima Trinidad.
Oremos para que siempre nos esforcemos por fortalecer el amor de Dios que brota y se nos comunica en el Misterio de la Muerte y Resurrección de Jesucristo que celebramos en esta mesa del Altar. Estemos abiertos a la gracia del Espíritu Santo que nos transforma en vasos portadores de los tesoros a través de los cuales hemos sido redimidos. Todo esto comienza con dejar que el Espíritu Santo transforme los lentes a través de los cuales nos miramos unos a otros. Descubrir sólo a Jesús en cada uno será el primer paso para abrazarnos. Entonces recordaremos que el Señor nos hizo pastorear unos de otros, llamándonos unos a otros por nuestros nombres. El “Domingo de la etiqueta con el nombre” que celebramos hoy es una de las formas en que nos involucramos en ese viaje de construir nuestra comunidad de fe.
Y sigamos orando unos por otros y por nuestra familia parroquial.
P. Emery